Cada vez que el agua golpea con fuerza las rocas del Bufadero de La Garita, recuerdo el mar de emociones en el que una vez me vi atrapado.
En 2012, me sentaba aquí, mirando el océano romper contra la costa, intentando entenderme. Estaba estudiando algo que no me llenaba, atrapado en el miedo de decepcionar a mis padres, sintiéndome perdido en una vida que no sentía mía.
Pero en este lugar, entre el estruendo y la calma del agua, aprendí que la vida es cíclica. Después de cada golpe de mar llega la tregua, y lo único que podía hacer era aceptar, fluir y tomar mi propia decisión.
Siempre me he considerado, como decía Federico García Lorca, un ciudadano del mundo. He vivido en diferentes lugares, lejos de lo que considero mi hogar. Y muchas veces me he sentido perdido, sin saber realmente a qué pertenezco.
Pero hay algo que siempre me ancla: el calor de mi tierra, la familia, el mar. Por más lejos que haya estado, el sonido de las olas, el olor a salitre y el cielo abierto sobre el Atlántico siempre han sido un recordatorio de quién soy.
El pasado domingo volví a este rincón de la costa de Telde, donde tantas veces me he encontrado conmigo mismo.
Con mi cámara en mano, capturé el latido del mar en el Bufadero, esa danza eterna entre la fuerza y la calma. También fotografié a una gaviota que, por un instante, pareció suspendida en el tiempo, como si el viento le susurrara los mismos mensajes que el agua me ha dado a lo largo de los años.
📸 Aquí les comparto algunas imágenes de ese día: