
El pasado jueves y viernes Santo escapé a Tejeda, buscando calma. Me hospedé en el Parador, con vistas que aún resuenan: el Roque Bentayga imponente, y al fondo, el Teide, como un faro lejano.
Flores, curvas y almendras
El camino, lleno de curvas, es casi meditativo. Ya en el pueblo, me sorprendieron los colores de las flores, la arquitectura silenciosa y ese aroma dulce a almendra, tan típico de aquí.



Entre dos gigantes
Bentayga y Teide parecían hablarse. Uno, antiguo altar aborigen; el otro, volcán dormido. Me sentí pequeño, pero en paz.

Instantes eternos
Con la niebla y las montañas, el tiempo se detuvo. Y entre paseos y sabores, volví a conectar con algo esencial.